Punk Rock saved my life (pt. I)

Entonces no fui consciente, pero posiblemente la primera mirada al rock y a su lema ‘sexo, drogas y rock and roll’ la recibiera indirecta e involuntariamente de mi primo.

Mi abuela y mi tía vivían a una calle de mi casa, en la “casa grande”, y los domingos siempre aprovechaba para pasar a ver a mi yaya Lola. Ella siempre tenía preparada algo de calderilla para mí, a veces incluso algún billete de cien pesetas, de esos de color marrón que existían antes. Mi tía vivía justo en la puerta de al lado y yo siempre llamaba para saludar a mi primo Nin.

Mi primo era un tío muy reservado. Siempre se encerraba en su habitación con su tocadiscos y le gustaba dibujar cómics y caricaturas. Muchas veces, cuando pasaba a saludarle, él no estaba, y en aquellas ocasiones me gustaba revolver sus cajones. Siempre tenía cosas interesantes escondidas por algún rincón. Así pude leer mis primeros cómics para adultos como el Cimoc o el Víbora. Recuerdo especialmente un capítulo del Víbora donde una versión cómic de los Ramones competía con Devo por tirarse a Deborah Harry de Blondie. Tenía que ser extremadamente cuidadoso a la hora de husmear sus cajones y dejarlo todo rigurosamente en el mismo lugar. Como os he dicho, era un tío extremadamente ordenado y cualquier cambio, por pequeño que fuera, captaba su atención con su consecuente “¿quién ha estado en mi cuarto?”.

Recuerdo que tenía en casa varias piezas de una batería (una caja y un charles), y que ponía el tocadiscos (uno de esos antiguos que llevaban una pieza de plástico que permitía poner más de un single a la vez, y cuando acababa uno iban cayendo los siguientes) a tope mientras la aporreaba siguiendo la música. Yo no entendía nada, ya que al principio lo que más me fascinaba era básicamente su colección de puchinelis, aquellos que incluyen un lobo y una bruja y con los que solía aterrorizarme.

Nunca he considerado que mi primo fuera punk, simplemente le gustaba el rock. Le tocó vivir esa época en primera persona y eso se reflejó en su manera de vestir y también en su carácter antisocial.

Fue en aquella habitación donde escuché por primera vez a Ramoncín y su disco WC. En esa época a mi primo ya le gustaba llevar unas gafas oscuras tipo mosca como las que llevaba Ramoncín y se ponía un imperdible en la boca. Tenía un pequeño truco para no clavárselo. Cortaba un trocito de corcho de algún tapón de vino o de champán y lo ponía en la punta del alfiler a modo de tope. De esa manera conseguía un efecto muy real, pero sin llegar a clavárselo.

Como en esa época era muy difícil encontrar unos zapatos de puntera de color blanco, mi primo utilizaba la imaginación y se pintaba los zapatos con esmalte blanco de Titanlux. Quedaban alucinantes, pero tenían la pega de que al caminar y con el calor acababan agrietándose y parte de la pintura empezaba a saltar. Aún así, eso se solucionaba con una segunda capa cuando esta empezaba a ser necesaria. También, supongo que fantaseando, le gustaba pintar las estrellitas de la sopa de color rojo y forrarlas con celo en un cartoncillo como si fueran secantes, ácidos, tripis. Y la verdad es que daban el pego. Espero que solamente fuera una fantasía y que no engañara a ningún pardillo con ese truco. Era un momento de sensación de libertad. Salíamos de un régimen donde todo lo que olía a diversión estaba prohibido y las drogas entraron como un ciclón. La gente estaba loca por probar cosas nuevas, por disfrutar, por dejar volar sus instintos, por decir lo que pensaba y romper con lo establecido.

Nunca he considerado que mi primo fuera punk, simplemente le gustaba el rock. Era fan de los Who, de Lou Reed; le tocó vivir esa época en primera persona y eso se reflejó en su manera de vestir y también en su carácter antisocial.

Sigo pensando que es el mejor regalo que me han hecho nunca y que en aquel momento mis padres, sin saberlo, marcaron mi destino.

Algo debió calar en mi ya que, desde ese mismo momento, no paré hasta conseguir mi primer equipo de música. Hasta el momento mi mayor tesoro era el típico reproductor de casete que tenía una sola tecla: con ella solo podías, empujándola hacia derecha o izquierda rebobinar la cinta arriba y abajo, o presionándola hacia delante reproducir la cinta en el altavoz que el mismo aparato llevaba incorporado. Más tarde llegaron sus sucesores, que eran simplemente unos casetes con radio incorporada (lo que en su momento fue una revolución) y con un asa que los hacía portátil: se llamaban radiocasetes.

Pero no fue hasta un día de Reyes que apareció en mi habitación como por arte de magia un equipo de música de los de verdad. Nada de esos compactos que existían entonces que llevaban tocadiscos, radio y casete incorporados en una sola pieza. No, no. Un señor equipo. De esos que van con su mueble con puerta de cristal y que van por piezas separadas y ordenadas verticalmente. Primero el plato, después el amplificador, después el sintonizador de radio y por último la pletina. Incluso disponía de un espacio para guardar los discos. Sigo pensando que es el mejor regalo que me han hecho nunca, más deseado incluso que la todopoderosa bicicleta, y que en aquel momento mis padres, sin saberlo, marcaron mi destino.

Extraído de Harto de todo: Historia oral del punk en la ciudad de Barcelona 1979-1987 de VV. AA. (BCore, 2011)


Jordi Llansamà (Barcelona, 1967)

Jordi_Llansamà

Empezó en la escena punk de Barcelona de adolescente y su actividad dentro del ámbito musical no ha cesado. Desde la edición de fanzines (Lo Kurkó de les Korts, Reptil Zine, AbsolutZine) a su colaboración en la radio (Atac de Core, Radio Pica) y la organización en Barcelona de los primeros conciertos de Green Day, At the Drive-In, June of 44, Hot Water Music, Karate, etc. En 1990 fundó el sello BCore Disc, ya con más de 25 años de actividad. Arqueólogo musical, ha reeditando grabaciones de la primera hornada punk y hardcore de la Barcelona de los 80.