Punk y paternidad (I): Clay Tarver y yo

Este artículo es el primero de una serie sobre la paternidad y lo que implica tener hijos en un entorno creativo mayormente underground y (por consiguiente) amateur. Es un intento de comprender la paternidad en un ámbito no-mainstream y de como intentar compaginarla con las pasiones de uno, de acercar la lupa y ver cómo afecta este hecho a la vida en general y, más concretamente, a la relación con la cultura (tanto como creadores como consumidores) de unas ciertas personas más o menos representativas de una comunidad. Son gente del «underground» barcelonés pero también de fuera, de gente que conozco y/o admiro y que sé que tienen cosas interesantes que decir.

En próximas entregas entrevistaremos a padres músicos, editores, escritores y otras muchas cosas para saber como se lo han montado. En un principio esto tenía que ser paritario e incluir las experiencias tanto de padres como de madres pero entre que soy de la generación que se hizo mayor a finales de 80 y en el underground no había muchas mujeres (no nos engañemos) y que las pocas con las que he contactado no me han contestado, pues esto ha acabado siendo un campo de nabos, como suele ser habitual. Mis disculpas.

Para los quisquillosos, esta primera parte está basada en mi experiencia personal y, por tanto, se centra en mí mismo como progenitor masculino, por lo que también quiero excusarme por el alto grado de confesiones personales. Supongo que habrá gente a la que le importe una mierda lo que cuento pero así como a mi me gusta saber de las miserias de los demás por triviales que sean (¡Eo, choca ahí Karl Ove Knausgård!) doy por supuesto que a los demás también.

Uri-i-jo-1976Uri Amat y padre (circa 1976).

Punk y paternidad:
Parte I: Clay Tarver y yo

Aviso para futuros procreadores: esto no va a ser fácil. Por mucho que haya una preparación psicológica previa (quizás incluso empollándose un par de libros sobre el tema) lo de ser padre casi siempre le pilla a uno desprevenido. Es así: cuando llega el momento de la verdad es como si estando en la orilla de la playa, esperando una plácida ola que te sumerja suavemente los pies, de golpe te llegara un puto tsunami. Es, como decía Rimbaud al respecto de su poesía, un “desarreglo de todos los sentidos”. Se puede detectar a los progenitores primerizos por su perpetuo estado de confusión (y no solo por la falta de sueño). Los ves ahí, intentando en vano mantener sus viejas costumbres y zonas de confort mientras el tsunami los arrastra. Es el caso de ese tío que ves en el parque intentando leer una novela mientras su hijo de 1 año juega en la arena. Te entran ganas de decirle:”Tío, tienes un hijo, una cosa preciosa que lleva tus genes ¿Puedes hacerle caso? ¡Ya leerás tu puta novela cuando se duerma!”. Sin embargo hay que empatizar con él: a todos nos ha pasado y nos pasará. Quieres con locura a tus hijos pero también necesitas descansar de ellos. Sin embargo, a poco que te importen y quieras hacer bien tu papel, en el primer año casi no existes como persona independiente. Es triste pero es así. No tienes tiempo para leer ni escribir, ni tocar con tu grupo, ni hacer macramé, ni escuchar música, ni ver series y películas (uno de los pocos buenos consejos que hay que seguir a rajatabla: “¡duerme cuando el niño duerma!”). De sexo o salir por la noche ya ni hablamos. Vale que hay diferentes casos y hay niños que se pasan el día durmiendo y, por tanto, los padres viven una segunda luna de miel durante la baja, todo el día en casa rascándose la barriga sin quitar ojo a ese angelito dormilón que ha salido de su simiente. Sin embargo, mi primer hijo fue un niño de los que ahora llaman “de alta demanda”: sólo quieren brazos, no aguantan en el carrito ni un segundo y ni les gusta especialmente estar en tu regazo ni hostias. Os prometo que no pudimos sentarnos en una terraza a tomar una simple caña hasta que el condenado tuvo un año largo, y siempre levantándonos a menudo a darle un paseo en brazos porque se cabreaba. El jodío ponía la espalda toda rígida y hacía una especie de gruñido: gñññ, gñññ. Una amiga nuestra venezolana le acabó apodando “el engrinchao” (búsquenlo en su diccionario venezolano-español). Es lógico, pues, que uno deje sus pasiones de lado, en principio para retomarlas con celeridad en cuanto el niño sea un poco autosuficiente. Pero las cosas no siempre son tan fáciles.

Se puede detectar a los progenitores primerizos por su perpetuo estado de confusión (y no solo por la falta de sueño). Los ves ahí, intentando en vano mantener sus viejas costumbres y zonas de confort mientras el tsunami los arrastra.

En mi caso las pasiones (ajenas a la paternidad se sobreentiende, pues amo a mis hijos apasionadamente) han ido retornando a mi vida a un ritmo lento, aunque algunas no han vuelto a recuperar nunca más el espacio que ocupaban antes de ser padre. Actualmente vuelvo a leer a un buen ritmo, vuelvo a escribir de vez en cuando y estoy bastante al día culturalmente, aunque sigo teniendo pendiente volver a escuchar y vivir la música como solía hacerlo (ir a conciertos, comprar discos, estar al día). A los melómanos que no sois padres os costará un poco entender esta rendición, el abandono de un entusiasmo que hasta entonces regía mi vida. No es difícil de imaginar si os ponéis a ello. Una casa con dos hijos es un caos, bonito, pero caos al fin y al cabo. (Bueno, no siempre es bonito: a veces hay gritos y peleas, pero ahora no voy a tocar ese tema). Decía que, incluso cuando todo va bien, hay bastante jaleo: los niños se persiguen por el pasillo, se gritan o juegan de manera ruidosa, al rato el otro tiene pipi o caca y te llama desde el lavabo para que le ayudes a limpiarse el culete (cuando hay niños todo es en diminutivo), el de más allá se cae y se abre la sien…todos a correr. No hay lo que se dice paz en el ambiente. No sé a otra gente, pero yo he descubierto que poner música en estas condiciones me pone muy nervioso: no la puedo escuchar de la manera que me gustaría y solo hace que añadir un ruido de fondo a una situación de por sí ya bastante ruidosa. También hay otras razones: tienes menos tiempo y dinero y tus hijos han pasado a ocupar un porcentaje muy elevado de tu tiempo. En pocas palabras, hay que apartar un poco las viejas pasiones para que quepa el espacio que uno dedica a los niños, no hay más huevos.

Hay que tenerlo claro: estos microbios no pueden mantenerse por sí mismos y dependen de ti totalmente. Tu creatividad, los discos, libros, cervezas, etc pueden esperar. O no haber sido padre, leñe.

Ahora ya estoy más en paz con mi condición de padre responsable, aunque me haya costado mi esfuerzo (terapia individual, de pareja y en grupo mediante, tengo la colección completa) pero recuerdo una época en que no entendía qué me había pasado. “¿Es esto todo lo que hay? ¿Nunca jamás voy a poder ser yo mismo? ¡Eh, no soy sólo el padre de estos niños… soy un ser humano!”. Evidentemente me he dado cuenta que soy algo más que el padre de estos niños y, según me confirman, efectivamente soy un ser humano… y sin embargo es difícil llegar a la conclusión que lo principal es ser padre y luego viene todo lo demás. (Esto es lo primero: después ya vendrá el igualmente arduo trabajo de comprender que este “todo lo demás” también es importante y básico y que hay que dedicarle tiempo). Hay que tenerlo claro: estos microbios no pueden mantenerse por sí mismos y dependen de ti totalmente. Tu creatividad, los discos, libros, cervezas, etc pueden esperar. O no haber sido padre, leñe. Este cambio de actitud, extrañamente, hizo que me pusiera las pilas y empezara a hacerme a la idea de mi nueva condición, a vivirla con felicidad y no con la frustración de los primeros años (aunque como decía perdí algunas cosas por el camino, no os voy a engañar).

Desgraciadamente la paternidad es como el sexo, una cosa es lo que sucede en casa de uno y otra lo que se cuenta en la tasca o en la oficina. Aquí todo el mundo folla cada día 4 veces y es un padre maravilloso, no hay medias tintas.

Fue precisamente en esta época de depresión postparto (o lo que sea) en la que necesitaba más que nunca referentes, saber de otras experiencias parecidas a la mía y no las encontraba, en la que me sentí peor. Desgraciadamente la paternidad es como el sexo, una cosa es lo que sucede en casa de uno y otra lo que se cuenta en la tasca o en la oficina. Aquí todo el mundo folla cada día 4 veces y es un padre maravilloso, no hay medias tintas. ¿No había nadie que hubiera pasado por lo mismo que yo? Afortunadamente todavía queda gente honesta que expresa sus sentimientos sin ningún tipo de maquillaje (insisto: como Karl Ove Knausgård) y es ahí cuando te das cuenta que lo de ser padre es una experiencia común a muchos hombres y que, de todos ellos, no eres el único con dificultades para compaginar tu vida, tus pasiones, con la paternidad.

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Otro de los ejemplos que me inspiraron y reconfortaron y que creo que os puede interesar puesto que, después de más de mil palabras sobre mi insulsa vida personal, aquí hemos venido a hablar de música, es el de Clay Tarver, el tío de Bullet Lavolta y Chavez. Leí su artículo en el New York Times (“The Secret Life of a Rock Dad”) en una de mis épocas más críticas y se me abrió el cielo. No es que yo estuviera chalado y el resto de la gente fueran como Michael Landon en “La casa de la pradera” sino que lo de tener hijos tenía su enjundia y requería mucho esfuerzo, no siempre recompensado. En el texto Clay Tarver contaba que sus tres hijos no supieron hasta que el mayor tenía 7 años que su padre había sido un punk-rocker de cierto éxito alternativo (tocando en grupos no muy conocidos, vaya, pero que habían publicado discos en discográficas de prestigio como Sub-Pop o Matador):

(…) me había jurado que no sería uno de esos padres. Esos tíos que visten a sus bebés con bodies de AC/DC o mandan a sus hijos a campamentos de “Rock”. Sin embargo, como mi esposa señaló, tal vez lo llevé demasiado lejos. Así que acabé no contándoles nada a mis hijos sobre mi pasado en el mundo de la música. Nunca.

Como se ha dicho, el pobre Clay (lo voy a tutear, olé yo) no solo tuvo un hijo sino que tuvo tres, dos de ellos gemelos, así que se tuvo que dedicar en cuerpo y alma a su trabajo de guionista para pagar las facturas. Quizás el tío echaba de menos tocar en un grupo pero ¿recordáis lo del tsunami? Abrumado por el peso de la paternidad dejó totalmente la música, aquello que hasta entonces lo había definido de una manera u otra. De la noche a la mañana dejó de tocar la guitarra e incluso de poner música en casa. Su mujer, viéndole dar tumbos en esa gigantesca ola, le dijo que eso no era normal y le aconsejó ir a ver a un psiquiatra. Y si tu mujer te dice eso tienes que ir, lo sé de buena tinta. Él va ¿vale? y el psiquiatra le ayuda a ver que no tiene por qué escoger entre música y niños, que si las dos cosas le hacen feliz tiene que encontrar la manera de compaginarlas. Incluso le refriega por los morros el aforismo de Carl Jung que dice que «nada tiene una influencia psicológica más fuerte en su ambiente, y especialmente en sus hijos, que la vida no vivida de un padre». Clay apunta mentalmente los consejos del loquero y sigue con su vida como si nada… hasta que Matador le llama para que toque, junto con su grupo Chavez, en el fiestón del vigésimo primer aniversario del sello, en octubre de 2010. Allí se codea con la plana mayor del rock alternativo americano (Pavement, Guided by Voices,…), muchos de los cuales también son padres, y lógicamente acaba hablando con ellos de niños. El cantante de Fucked Up incluso saca a su propio hijo al escenario. Es ahí cuando Clay se da cuenta de que ha sido un capullo:

Sí, [Chavez] fue muy importante y todavía tengo un conflicto interior acerca de lo que significó para mi. Y eso es lo que yo no quería que mis hijos vieran. Pero ya basta, era momento de sincerarse.

Así que el artículo acaba con él confesando a sus hijos, aprovechando un día que estos hacían coña sobre el hecho de que hubiera un grupo llamado Butthole Surfers (los surfers del ojo de culo), que su querido papi no sólo había tocado con un grupo llamado Bullet Lavolta sino que, con ellos, había hecho de telonero de los del ojete y que incluso hacía poco que había vuelto a tocar con su segundo grupo, Chavez. He aquí vuestro final feliz.

No hay que escoger entre las pasiones y los niños sino que hay que encontrar la manera de compaginar todas las cosas que a uno le hacen feliz. Es tan de perogrullo que parece ridículo, pero a veces hay que llegar ahí por uno mismo.

Pero detengámonos un momento en lo que le dijo el comecocos a Tarver, que no es moco de pavo: no hay que escoger entre las pasiones y los niños sino que hay que encontrar la manera de compaginar todas las cosas que a uno le hacen feliz. Es tan de perogrullo que parece ridículo, pero a veces hay que llegar ahí por uno mismo. Repetid conmigo: «nada tiene una influencia psicológica más fuerte en su ambiente y especialmente en sus hijos que la vida no vivida de un padre». Es decir, que si el padre está frustrado por lo que ha dejado de hacer por culpa de los niños, este hecho tendrá una influencia negativa sobre ellos. O al menos así lo entiendo yo, Sr. Jung.

¿Donde han ido a parar todas mis pasiones perdidas? Una de ellas, muy importante y que tengo pendiente de recuperar, es la pasión por el pop y el rocanrol que años ha me hacía conducir un martes por la noche desde Barcelona a la Costa Brava para ver el concierto de un grupo semidesconocido de la otra punta del planeta.

Y, con esta revelación, llegamos al final. Bien por el señor Tarver pero… ¿y que hay de lo mío? ¿Donde han ido a parar todas mis pasiones perdidas? Una de ellas, muy importante y que tengo pendiente de recuperar, es la pasión por el pop y el rocanrol que años ha me hacía conducir un martes por la noche desde Barcelona a la Costa Brava para ver el concierto de un grupo semidesconocido de la otra punta del planeta. Pues bien, parece que mi objetivo no está tan lejos de ser conseguido. No hace mucho cinco amigos fofisanos (tres de ellos padres) nos liamos la manta a la cabeza y volvimos a hacer el mismo viaje, por enésima vez, esta vez sólo para ver a Drive Like Jehu en el matadero de Sant Feliu, ida y vuelta en la misma noche, tres horitas de coche. ¿Y sabéis qué? Fué como un jacuzzi al pasado: placentero, burbujeante y muy divertido. Nada de nostalgia mal entendida, ni rastro de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Fue casi igual que en los viejos tiempos, esos que ahora veo más nuevos, cercanos y relucientes.

Fotografía de portada: Un padre alimenta a su hija directamente de la botella. (Getty Images / 1950)

 


Uri Amat (Barcelona, 1973)

ull_URILleva pisando estos campos del Señor desde hace más de 40 años. Su larga «militancia» en el underground empieza en su pre-adolescencia, cuando empieza a editar fanzines con su hermano mayor bajo los nombres más estrafalarios: Rowed Out!, Hangover y La Escuela Moderna son algunos de ellos. También ha estado implicado en otras publicaciones en las que, incomprensiblemente, le han dejado colaborar: la revista de tendencias AB, el fanzine Absolut de BCore y su posterior encarnación digital o el blog Gent Normal, entre otros. Nunca le han pagado ni un céntimo por ninguno de sus artículos o entrevistas. Pero como decimos en catalán: «ací caic, allà m’alço».

Actualmente se dedica, cuando sus retoños se lo permiten, a ir a trabajar en bicicleta, visitar bibliotecas y beber en bares de viejos. Éstas (bicis, bares y bibliotecas) son las tres «B» básicas de la ciudad utópica fourierista en la que ingenuamente cree vivir hoy en día, mientras a su alrededor todo se derrumba.